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No fue a matar, fue a morir por la libertad

Hernando Calvo Ospina[1]


“Tuve el honor de dirigir el acto contra el Congreso de los Estados Unidos el 1 de marzo de 1954, cuando nosotros demandamos la libertad para Puerto Rico y le manifestamos al mundo que nosotros somos una nación invadida, ocupada y abusada por los Estados Unidos de Norteamérica. Me siento muy orgullosa de haber actuado ese día, de haber contestado el llamado de mi Patria”.

Por unos segundos algunas rasquiñas en la garganta alcanzaron a escucharse. Luego llegaron los aplausos. Tan sinceras palabras, provocadoras para algunos, las dijo una elegante y firme dama de 81 años, en noviembre 2000. Era Dolores Lebrón Sotomayor, más conocida como Lolita Lebrón. Ahí estaba como parte del Comité de personalidades que exigía la partida de la marina estadounidense de Vieques. Esta, una islita de la Isla Puerto Rico, que llevaba sesenta años soportando la bota extranjera y pruebas de armamento pesado.


Lolita era un símbolo de la lucha por la independencia de Borinquén, como los indígenas Tainos llamaban a Puerto Rico cuando Cristóbal Colón llegó en 1493.


Ella nació y se crió en Lares, donde su padre administraba una hacienda, el 19 de noviembre de 1919. Culpan a una neumonía “mal cuidada” el que creciera delgada, frágil de salud e introvertida. Muy jovencita la enviaron a la capital, San Juan, para que se especializara en tejidos y costura. Sus padres no deseaban que su vida se estancara, como sucedía con casi todas las mujeres del campo.


Varias situaciones pusieron a Lolita ante la realidad política de su tierra. Puerto Rico, sin haber logrado la independencia de España, en 1898 pasó a manos de Estados Unidos. El 1 de marzo de 1917, Washington impuso la ciudadanía a sus habitantes, al necesitar carne de cañón en la Primera Guerra Mundial. En 1922 nació el Partido Nacionalista, con el objetivo de lograr la soberanía e instaurar una República. En 1930 llegó a su dirección Pedro Albizu Campos, reivindicando la lucha armada. No se creía que la independencia pudiera llegar por la vía electoral, al ser un camino manipulado por Washington y sus asociados.


La represión se instaló en la Isla, sin haberse realizado acciones armadas. En particular desde 1934, cuando el presidente Eisenhower instauró a un general estadounidense como gobernador. En 1936, Albizu y los dirigentes del Partido fueron detenidos y enviados a la prisión federal en Atlanta. Se les acusó de conspirar contra el gobierno estadounidense en Puerto Rico. En protesta contra el encarcelamiento, el 21 de marzo de 1937 se celebró una marcha pacífica en la ciudad de Ponce. La policía abrió fuego contra la multitud, asesinando a 19 personas e hiriendo a 150.


Tal violencia conmocionó a Lolita y la llevó a la militancia independentista. Tenía dieciocho años.


En 1950 se decidió la preparación de una insurrección. Esta debía estallar dos años después, cuando el Congreso estadounidense aprobara la creación del “Estado Libre Asociado”. Se consideraba que este estatuto seguiría escondiendo una realidad: Puerto Rico era una colonia. Se escogió el pueblo de Jayuya como epicentro del levantamiento. Allá se fueron almacenando las armas. Se designó a Blanca Canales como responsable. Ella, además de educadora, organizó “Las hijas de la Libertad”, la sección femenina del Partido Nacionalista.


Pronto la represión detectó los planes, y estos tuvieron que adelantarse. El 30 de octubre de 1950 Blanca lideró al grupo que tomó por asalto a Jayuya. Luego de tomarse la comisaría de policía y la oficina de correos, izaron la bandera de Puerto Rico, algo que estaba prohibido por mandato de Estados Unidos. Entonces Blanca proclamó la independencia y el nacimiento de la República, empezando las confrontaciones armadas en varios puntos de la isla. Jayuya estuvo bajo el poder del los independentistas durante tres días, hasta que las tropas estadounidenses con el apoyo de la aviación y artillería retomaron el control. Blanca fue arrestada y acusada, entre otros cargos, de matar a un policía y de herir a otros tres. Fue condenada a perpetuidad más sesenta años y enviada a un prisión en Virginia Occidental. Luego de 17 años fue indultada. Se puede decir que Blanca fue la primera mujer puertorriqueña que lideró un alzamiento contra el poder estadounidense.


Paralelo a ello, el primero de noviembre dos nacionalistas efectuaron un atentado contra el presidente estadounidense Harry Truman, en la Blair House. Esta era la residencia para los invitados del presidente, en Washington. Truman estaba morando ahí temporalmente. Con esto querían decir que la insurrección que se vivía en Puerto Rico no era un “problema doméstico”, como se repetía en Washington y en la gran prensa.


Tras estos sucesos, se militarizó la Isla. Miles de simpatizantes resultaron detenidos y torturados. Cientos de mujeres incluidas, encabezadas por Blanca.


Lolita Lebrón vivió toda esta situación desde Nueva York, donde había viajado en 1941. Ella fue parte de la masiva migración de campesinos pobres. Después de sortear dificultades para emplearse, por racismo y por no hablar inglés, laboró como costurera. Pasó por varias fábricas, pues la botaban: siempre estaba impulsando protestas y huelgas. No soportaba las injusticias que se cometían contra las trabajadoras.


El estar en la boca del lobo aumentó su compromiso con la independencia de Borinquén. Por su activismo y gran iniciativa política fue nombrada delegada en Estados Unidos. ¡Una responsabilidad enorme!


En 1954 recibió instrucciones para que seleccionara y preparara el ataque a tres sitios estratégicos del poder estadounidense. El objetivo central era llamar la atención internacional sobre la causa independentista. El primero de marzo fue la fecha escogida, coincidiendo con la apertura de la Conferencia Interamericana en Caracas. Ella tenía 34 años.


Lolita propuso como primer objetivo el Congreso, decidiendo estar al frente del comando. Tres hombres la acompañarían: Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa.


En la mañana del día señalado, Lolita se dirigió al Terminal Central de Trenes, donde se reunió con los otros tres miembros del grupo. Solo compraron un ticket de ida hasta Washington. ¿Pensaban que no saldrían vivos?


Ella, delgada, iba vestida muy elegante: pañuelo de colores alrededor del cuello, chaquetilla, falda que le llegaba casi a los tobillos, zapatos de tacón y sobre su cabello ensortijado portaba una refinada boina negra de terciopelo.


Entraron al Capitolio como otros turistas. Subieron a la galería de visitantes. Por unos minutos escucharon la discusión que tenían los congresistas sobre los inmigrantes indocumentados mexicanos. A las 2:32 pm, Lolita se puso de pie y gritó “¡Viva Puerto Rico libre!” Acto seguido, desplegaron la bandera puertorriqueña. Los cuatro empezaron a disparar sus armas. Alrededor de treinta disparos fueron hechos. Ella descargó toda la munición disparando al plafón del reciento, como si no quisiera hacer daño. De los 243 congresistas presentes, cinco resultaron heridos, uno de ellos gravemente.


Fue la primera y única vez, en la historia de Estados Unidos, que el Congreso ha sufrido un ataque.


Fueron detenidos sin mayor resistencia. En ese momento ella gritó: “¡Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico!”. Pocas horas después, ante la pregunta de los periodistas, ella afirmó: “Soy una revolucionaria”.


Acusados de intento de homicidio y asalto armado, fueron sentenciados a muerte. Temiendo una violenta reacción en Puerto Rico, el presidente Eisenhower la conmutó a perpetua. Ella fue encarcelada en Virginia Occidental. Ahí encontró a la dirigente Blanca Canales.


Llevaban 25 años de presidio cuando, en 1979, el Presidente Jimmy Carter les concedió la amnistía. Figueroa había fallecido en prisión. A pesar de la insistencia de sus abogados y familiares, ninguno había querido a utilizar el recurso de libertad bajo palabra. Fueron recibidos como héroes en Puerto Rico. Inmediatamente reasumieron el compromiso con la independencia de su Isla, aunque la lucha armada ya no era la prioridad.


El 19 de julio de 2001 volvió a prisión por sesenta días: Tenía 82 años. Se negó a pagar los 30.000 dólares de fianza impuestos por un juez. Es que antes, a manera de protesta por la presencia de la Marina estadounidense en Vieques, había sido una de las personas que penetraran en las instalaciones militares. El 1 de mayo de 2003 la Marina salió de Vieques.


Lolita murió el primero de agosto 2010. Su ataúd fue cubierto con la bandera puertorriqueña y la enterraron al lado de las máximas figuras independentistas, como Pedro Albizu Campos. Los que han deseado que Puerto Rico sea una estrella más en la bandera de Estados Unidos, festejaron. Para aquellos que luchan por su independencia, el significado de Lolita lo resumió su esposo, un médico con quien se casó en 1986: “soy el custodio de la Madre Patria”.


En 1997, ante un Comité del Congreso de Estados Unidos, Lolita había expresado que su acción armada “no fue un acto de odio: fue el tercer grito de libertad de un pueblo amenazado con la extinción”. Los atónitos legisladores tuvieron que escuchar: “Todo el mundo tiene derecho a defender su derecho a la libertad que Dios les dio”.


Al año siguiente fue entrevistada por el diario español El Mundo. Ella explicó el descenso cuantitativo de la militancia: “¿Porque el independentismo se quedó anclado en los años 30, en los 40? ¡Mire esas autopistas, la gente conduciendo esos automóviles enormes! ¿Cómo le vamos a pedir que renuncien a todo eso y se tiren al monte con la guerrilla? Ese tiempo pasó”.


No podía faltar la pregunta: “¿Se arrepiente de lo que hizo en 1954?”. Y su respuesta fue casi idéntica a la dada en el Congreso estadounidense, y tan neta como su compromiso: “No. Lo haría de nuevo. La lucha armada es el último recurso de los pueblos. Los libertadores no somos unos matones, pero no existía otra manera de reclamar. Además, ¿con qué derecho hablan de terrorismo países que han asesinado a miles de personas? […] Yo no empuñaría hoy las armas, pero admito que el pueblo tiene el derecho a usar todos los medios a su alcance para liberarse”.


[1] Del libro: “Mujeres de Falda y Pantalón”. Editorial El Viejo Topo, 2015, España.

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