Se cumplen 124 años de la invasión de Estados Unidos a Puerto Rico. Para conmemorar este fatídico evento bélico, Rumbo Alterno se place en reproducir el siguiente artículo de la distinguida historiadora Ivonne Acosta Lespier, publicado en el año 2008.
“En otro escrito en una clase de periodismo se me pidió que no hablara de la invasión sino de “la llegada” de Estados Unidos, para que no resultara incómodo a las personas”. (Eugenio Martínez Rodríguez en un comentario a la entrada titulada “La ignorancia generalizada de nuestra historia”, 22 de marzo 08)
El 25 de julio de 1898, fecha en que toda la nación española conmemoraba el día de su patrono nacional, el apóstol Santiago, las tropas estadounidenses al mando del General Nelson A. Miles (el asesino de indios) invadieron a Puerto Rico por la bahía de Guánica, al sur de la Isla. Fue el comienzo de una campaña militar que 85 días más tarde culminaría con la salida del último Gobernador de España en la Isla. Así concluyeron casi cuatro siglos de coloniaje español y comenzó el dominio de Estados Unidos sobre Puerto Rico.
El contexto histórico
El hecho de la invasión de 1898 se da en el contexto de la Guerra Hispano-cubano-estadounidense (conocida como Hispanoamericana),que había dado inicio el 19 de abril, dos meses después de la explosión del buque de guerra Maine en la bahía de la Habana. A pesar de que España reiteró no tener culpa del siniestro (lo cual se demostró posteriormente), fue la excusa que buscaba el gobierno de Estados Unidos para sacar a España del Caribe y establecer las bases necesarias para sus planes imperiales. De acuerdo al historiador Ivan Musicant en su libro Empire by Default, la guerra contra España se planificó desde 1895 en el Naval War College de Estados Unidos (poco después de comenzar la guerra de independencia en Cuba). Se habían elaborado tres opciones y se escogió la de un ataque a Cuba y Puerto Rico para obligar a España a pelear lejos de sus bases pero cerca de los Estados Unidos. Puerto Rico siempre se incluyó en los planes a pesar de que la Isla no estaba en guerra contra España. Esto contradice la versión del historiador Carmelo Rosario Natal en su libro sobre esta guerra, a quien cita Francisco A. Scarano en Puerto Rico Cinco siglos de historia.
El pueblo estadounidense fue convencido de que la guerra contra España era necesaria para liberar a Cuba mediante una campaña de mentiras y exageraciones por parte de los dos principales periódicos de entonces que pertenecían a Joseph Pulitzer y a William R. Hearst (el personaje que Orson Wells recrea magistralmente en “Citizen Kane“). Es famosa la frase de Hearst, quien luego de enviar a un fotógrafo a Cuba y recibir la noticia de que no había guerra en esa isla le contestó: “Envíame las fotos y yo produciré la guerra”. (104 años después la guerra de Irak fue producida gracias a la ayuda de la prensa televisiva, en particular CNN y Fox News). Pero la verdad fue que liberar a Cuba era una mera excusa y la prueba es que las primeras operaciones navales de la guerra fueron en Filipinas donde hubo la primera victoria para Estados Unidos el 8 de mayo en Cavite.
Ese mismo día comenzó el bloqueo de San Juan de Puerto Rico y el 10 de mayo el capitán puertorriqueño Angel Rivero Méndez, disparaba contra el buque Yale desde el fuerte San Cristóbal, según describe en su Crónica de la Guerra Hispanoamericana, porque no quiso desplegar su bandera. El 12 de mayo ocurría el bombardeo de la ciudad capital por parte del Almirante Sampson. (En la foto se puede ver la Iglesia San José luego del bombardeo. La bala de cañon se conserva en su interior todavía.)
Hubo combates entre cruceros españoles y estadounidenses a la vista de una multitud trepada en las murallas del Morro (que Angel Rivero describe detalladamente en su Crónica, obra que recomiendo a todos conseguir y leer). El 17 de julio España era derrotada en Santiago de Cuba, el mismo día que se inauguraba el gobierno autonómico en Puerto Rico. Cinco días después de esa derrota el gobierno español inició los trámites para solicitar el Armisticio para terminar la guerra pero los planes para invadir a Puerto Rico siguieron adelante.
Los preparativos
Semanas antes de la invasión, un espía fue enviado a la Isla por órdenes del General Nelson A. Miles, el Comandante en Jefe del Ejército de los Estados Unidos. Se trató del teniente Henry Howard Whitney quien tenía la encomienda de averiguar el lugar más adecuado para el desembarco, la situación militar y el ánimo de los habitantes ante la posible invasión. Whitney logró pasar desapercibido mediante varios disfraces y por su conocimiento del español. Así averiguó algo esencial para el éxito del desembarco y fue que en la parte sur de la Isla había un sentimiento antiespañol muy fuerte. Esto se explica porque la persecución de los autonomistas y los castigos del Componte, concentrados en esa zona, había ocurrido tan sólo once años antes. Whitney se hizo pasar por pescador y llegó hasta Guánica donde pudo constatar inclusive la profundidad de las aguas en la bahía. A su regreso el espía hizo un relato de sus averiguaciones ante el Presidente McKinley, el Secretario de Guerra Alger y el propio Miles. Sin embargo, ya el alto mando del ejército había decidido que el lugar de desembarco iba a ser por Fajardo, en la parte oriental de la Isla.
El 21 de julio Miles sale para Puerto Rico a bordo del vapor Yale. En medio de la travesía, de acuerdo al relato de Rivero, le envió un mensaje al Capitán Higginson, Comandante de la Marina a bordo del Massachusetts. Le indicaba que debería cambiar la ruta establecida para ir por el sur en lugar del este pues era ya un secreto a voces que iba a ser por Fajardo. Higginson se niega pero Miles insiste y llega al punto de ofrecerle a Whitney para que lo guíe. Finalmente el espía pasa con sus planos al Massachusetts y la flota tomó por el canal de la Mona llegando a la bahía de Guánica la madrugada del 25 de julio de 1898.
SEGUNDA PARTE
En el escrito anterior vimos como el General Nelson Miles le hace caso al espía Whitney y logra que la invasión se haga por Guánica y no por Fajardo. Luego de izar la primera bandera estadounidense en Puerto Rico, le envía un mensaje al Secretario de la Guerra en el que le dice que se tomó el puerto “felizmente”, encontraron “débil resistencia” y no hubo bajas. Al menos menciona que hubo resistencia que según Angel Rivero en su Crónica consistió de “once guerrilleros de caballería” al mando del Teniente Méndez quienes dispararon a los soldados estadounidenses cuando arriaron la bandera española pero luego corrieron fuera del pueblo cuando les cañonearon desde el Gloucester y los marinos desembarcados les dispararon con rifles. Fue la primera sorpresa para esos pobres soldados españoles que empezaron a ver la diferencia entre ellos y los invasores.
Para conocer en detalle lo ocurrido antes, durante y después de la invasión por Guánica el 25 de julio de 1898, nuestra mejor fuente es la Crónica de Angel Rivero, el capitán boricua que fue asignado al Fuerte San Cristóbal seguramente cuando ya las autoridades conocían lo de la explosión del Maine en La Habana y esperaban la guerra en cualquier momento. Lo más valioso del libro, por ser la verdadera crónica, es el Diario que por suerte no descartó sino que publicó como Apéndice del libro. Son anotaciones cortas de lo que ocurría a su alrededor y de todo lo que se entera a partir de marzo de 1898. Por tanto son valiosísimas para permitir ubicarnos en ese momento tan dramático y entender el cambio de actitud en la población que fue del patriotismo exaltado y vociferante al “embriscamiento” (palabra que significaba huída) o a la observación silenciosa.
Así vemos que según empiezan a circular rumores de posible guerra, impresiona la lealtad a España y el entusiasmo general. Se forman variados grupos de voluntarios que abarcan todas las clases sociales y todos los pueblos desde las guerrillas hasta los macheteros (obreros y campesinos) pasando por el batallón de “Tiradores de Puerto Rico” donde jovencitos de clase alta se alistaban. El Gobierno mantiene ese entusiasmo publicando noticias falsas en el periódico oficial, La Gaceta. Algunas son hasta risibles, como la de que la escuadra española había derrotado a “los yankis” en Filipinas cuando había sido todo lo contrario.
A la misma vez que se entera el pueblo a principios de mayo de la verdad, aparece al norte de San Juan un buque de vapor de tres chimeneas sin llevar bandera. Los sanjuaneros lo veían cada día y lo bautizaron como el “buque fantasma”. Rivera le dispara un cañonazo para que muestre su bandera y al amanecer del 12 de mayo comienza el bombardeo a la ciudad capital que dura tres horas. Luego de eso comienza el éxodo de los sanjuaneros, los llamados “embriscados” que se van en lo que encuentren o a pie para Río Piedras y en botes de vela para Cataño. Pero al ver el pueblo retirarse al enemigo sin intentar tomar la ciudad, se da por sentado que han derrotado a los yankis y hay una euforia enorme en la población (que vuelve a la ciudad) y la prensa –aun la antiespañola- publica artículos patrióticos y hasta una décima titulada Doce de mayo (la ven en la p. 546 de la Crónica). El ánimo se torna eufórico al ver llegar al torpedero Terror, que se espera que elimine los buques que quedan bloqueando el puerto de San Juan. Pero el 22 de junio Rivero anota en su Diario que ha tenido lugar un combate entre uno de los cruceros americanos, el St. Paul y el Terror frente a una multitud de curiosos en las murallas. Dice que “ha causado mucho malestar y todas las esperanzas depositadas en el Terror se han desvanecido”. Lo mismo ocurre con el Antonio López que es atacado y se incendia también ante los ojos horrorizados de los habitantes de la capital y sus mandatarios. En esas batallas un mes antes de la invasión por Guánica, las embarcaciones españolas en las que cifraban sus esperanzas fueron destruidas a la vista de los sanjuaneros. Vean los combates navales en estos enlaces.
Rivero es bien crítico de la forma en que actuaron los mandatarios españoles durante todo el conflicto, empezando por el Capitán General Manuel Macías y en especial el jefe de Estado Mayor que era el coronel Camó. Al único que destaca y admira es al general Ricardo Ortega. Pero a Ortega le tenían “casi recluído en San Cristóbal y tratado como un loco peligroso, porque había dado en la manía de soñar con días de gloria para su Patria y para su Ejército”. Dice que una vez se enteran en San Juan de que los yankis han invadido por Guánica, Ortega va a Fortaleza con un plan de ataque a las tropas invasoras pero el coronel Camó se lo rechaza. Lo que describe Rivero que pasó a partir de ese momento da pena y coraje. Por no admitir que ya se estaba negociando un protocolo de paz (seguramente por mandato de la Corona) arriesgaron vidas y reputaciones. Lo que sorprende es que hubiera oficiales y soldados que estuvieran dispuestos a luchar como lo hicieron y Rivero se ocupa de describir en detalle sus valientes ejecutorias.
Una de las víctimas de las decisiones incomprensibles y desacertadas de Macías fue el jefe del batallón Patria que quería enfrentarse a los invasores a las afueras de Guánica.
El coronel Francisco Puig pidió órdenes de atacar y lo que recibió por respuesta fue un telegrama con órdenes de retirarse por Adjuntas hacia Arecibo. A regañadientes Puig obedeció y procedió a la retirada atravesando montes bajo lluvia, teniendo que dejar la mayor parte de la carga que llevaban y llegando exhaustos. Para su sorpresa, le esperaba un telegrama del coronel Camó exigiéndole que se presentara para explicar “su marcha desastrosa”. Puig se da cuenta de que lo van a procesar y se vistió de uniforme, agarró su sable y se fue va a una playa de Arecibo y frente al mar se pegó un tiro.
Lo que ocurrió en Ponce
En la llamada capital criolla del sur de la Isla, Macías por poco provoca que la bombardeen. Cuando se le dio aviso de que había tres buques con los cañones apuntados hacia el poblado de Ponce, Macías contesta (desde la comodidad de su despacho en Fortaleza) que deben resistir. Los que asumen control son los cónsules en Ponce, particularmente el vicecónsul de Inglaterra, Fernando M. Toro, quien luego de varias entrevistas con los invasores consigue que les den una prórroga para negociar la rendición. Toro acuerda con los otros cónsules que deben insistirle a Macías que la resistencia es inútil. Entretanto el coronel a cargo, Leopoldo San Martín, le comunica a Macías que solamente tiene 3 compañías de Patria y algunos voluntarios y guerrilleros a lo cual le contesta el gobernador “Cumpla usted con su deber”. Y a los cónsules les contesta que “no tengo autorización para parlamentar con los americanos. Lamento, como amante de Puerto Rico, los destrozos que el enemigo puede hacer en una guerra que nosotros no hemos buscado. Ponce y todo el territorio será defendido por cuantos medios tenga a mi alcance”. Palabras ofensivas por lo falsas que tienen que haber sido para complacer a los del Gobierno en Madrid. Pero en Ponce la reacción del pueblo al enterarse fue querer atacar a las tropas españolas para impedir el bombardeo. Finalmente Macías le escribe a San Martín que “si usted cree que toda defensa es imposible, evacue la plaza en mejor orden”. El cónsul Toro entonces negocia la capitulación con el general Davis en su buque pero al regresar al poblado se entera de que Macías ha anulado lo anterior, destituído a San Martín (a quien toman prisionero al llegar a Aibonito) y nombrado a un tal Julián Alonso con órdenes de “resistir a todo trance”. Los cónsules obtienen nueva prórroga de Davis y envían un telegrama caliente a Macías. El Gobernador entonces contesta echando la culpa al pobre San Martín y aceptando la evacuación de la plaza. Finalmente el 28 de julio desembarcaron las tropas estadounidenses en Ponce y se izó la bandera en la capitanía y más tarde en la Casa Ayuntamiento. El General Miles reunió esa tarde en el Hotel Francés a las autoridades, emitió la famosa Proclama y regresó a su barco.
Coamo y Asomante
Un grupo de oficiales españoles se negó a rendirse en Ponce y siguieron hasta Aibonito permaneciendo en las trincheras del Asomante donde participaron del combate que allí tuvo lugar el 12 de agosto. Otro grupo siguió hasta Coamo en donde hubo un combate en el que murieron el coronel Illescas y el capitán Frutos López. De allí un grupo de oficiales y soldados huyó sin aceptar rendirse y también se refugió en el Asomante.
Rivero en su Crónica revela que Asomante en Aibonito fue escogido como lugar para cerrar el paso a los invasores donde no pudieran ser ayudados por su fuerza naval. Sin embargo dice que “muy poco se hizo para aumentar su valor defensivo” (p. 254). Con todo y eso, luego de una batalla los invasores se tuvieron que retirar y los defensores quedaron a la espera hasta que les vinieron con informes de que se había firmado un armisticio, les pedían que dejaran las armas y se rindieran. Los combatientes del Asomante, bajo el mando del Capitán Ricardo Hernáiz, se negaron a rendirse porque Macías lo había ordenado así. Pero ya la guerra había terminado y las tropas estadounidenses recibieron estrictas órdenes de parte de Miles de retirarse.
De ahí en adelante se llevó a cabo la ocupación por las fuerzas militares de Estados Unidos de cada uno de los 48 pueblos que quedaban bajo la bandera española. (Rivero publica la lista completa con la fecha de posesión en la p. 689.) Finalmente el 18 de octubre de 1898 en el Palacio de Santa Catalina (La Fortaleza) en San Juan se realizó la entrega oficial de la ciudad capital y la Isla al izarse la bandera estadounidense y tocarse el himno de los Estados Unidos. Rivero aclara que la bandera española nunca fue arriada oficialmente porque ya se habían ocupado días antes de colocarlas en un cofre especial y enviarlas a España.
Irónicamente en ese momento histórico en que se hacía oficial el traspaso de la isla de Puerto Rico y sus habitantes al nuevo dueño, en la ceremonia estuvieron Luis Muñoz Rivera y los otros miembros del legítimo Gobierno Autonómico de Puerto Rico como observadores de algo en lo que no tuvieron nada que decir y no pudieron evitar. Irónicamente también el que representó al Gobierno de España en el traspaso de propiedades militares (a petición del general Ricardo Ortega) fue un boricua: el Capitán Ángel Rivero Méndez.
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