La Insurrección nacionalista de 1950 y el Ataque a Casa Blair: una reflexión a 75 años de los sucesos
- CSCPR

- hace 12 minutos
- 8 Min. de lectura
Alejandro Torres Rivera, San Juan, Puerto Rico, 30 de octubre de 2025

Se cumplen 75 años de la insurrección nacionalista de 1950 y del Ataque por un comando nacionalista a la Casa Blair, residencia provisional del presidente de Estados Unidos. Pretender incursionar en el significado histórico de dicha Insurrección y como parte de ésta, de los diferentes sucesos dentro de los cuales se desarrolló, nos imponen un gran peso y una mayor responsabilidad. Compartir con ustedes una reflexión en torno los eventos que rodean esta epopeya, exige y demanda, además, la mayor pulcritud en la narración de los sucesos. Su significado nos reta a adentrarnos en un juicio histórico y a una reflexión política de este suceso que, todavía a la distancia de 75 años, sigue siendo no solo necesario sino vigente.
Sí, en efecto, la Insurrección Nacionalista iniciada días antes de aquel 30 de octubre en Jayuya, precedida por múltiples arrestos y enfrentamientos entre nacionalistas y la policía, no sólo fue un acto de guerra contra el poder interventor de Estados Unidos en Puerto Rico, sino también, el resultado de una multiplicidad de eventos que, como témpano de hielo, se desplaza y navega en nuestra conciencia colectiva como pueblo y como nación.
La Insurrección Nacionalista es historia y es proceso. Su mayor detonante en Puerto Rico fue en Jayuya el 30 de octubre de 1950, donde se proclamó por segunda ocasión en nuestra historia patria la independencia.
Para el Dr. Pedro Albizu Campos, presidente del Partido Nacionalista de Puerto Rico-Movimiento Libertador, era una verdad indiscutible aquello que a la altura de los años sesenta del pasado siglo describía Frantz Fanon en referencia al colonialismo, cuando afirmaba que “la descolonización es siempre un fenómeno violento.”
La respuesta del gobierno de Estados Unidos al desafío nacionalista condujo en la década de 1930 al enjuiciamiento y encarcelamiento de Don Pedro Albizu Campos y el liderato nacionalista luego de un segundo procedimiento judicial amañado en la Corte de Distrito Federal en Puerto Rico. El Tribunal Imperial les condenó por conspiración sediciosa para derrocar al gobierno de Estados Unidos.
Extinguida su condena y la de sus compañeros, Albizu Campos regresó a Puerto Rico el 15 de diciembre de 1947 para inmediatamente continuar la tarea conspirativa iniciada desde la década anterior.
Marisa Rosado, en su libro biográfico Pedro Albizu Campos: Las llamas de la Aurora, indica lo siguiente:
“Cercanas las elecciones de 1948 y comenzados los estudios para la implantación de un nuevo estatuto orgánico, se arrecia la persecución contra Albizu y los miembros del Partido Nacionalista.”
Indica Rosado más adelante, que el Congreso de Estados Unidos al aprobar la Ley 600-1950 dispuso la celebración de un referéndum para que los puertorriqueños se expresaran a favor o en contra de la organización de una asamblea constitucional para la redacción de una constitución dirigida a reglamentar asuntos de gobierno propio. A juicio de Albizu Campos, el proceso y su resultado, no era otra cosa que legitimar el ”colonialismo por consentimiento” y una “trampa para que los puertorriqueños sigan dándole la vueltas a la noria.” Su llamado entonces, nos indica Rosado, fue “retar la consulta con las armas de ser necesario”, indicando que se haría “como los hombres de Lares desafiaron el despotismo, con la revolución.”
Señala, además Rosado, que Albizu Campos arreció “su campaña contra el proyecto colonial”, lo que provocó un incremento en la persecución contra su persona y contra el nacionalismo por parte de las autoridades federales y la policía de Puerto Rico. Señala que ya para el mes de junio de 1950, Albizu Campos denunciaba “un plan elaborado en La Fortaleza” para asesinarle.
El 26 de octubre de 1950, de regreso de una actividad realizada en Fajardo dedicada a honrar la memoria del general puertorriqueño Antonio Valero de Bernabé, la policía interviene con varios vehículos ocupados por nacionalistas incautando armas, bombas y municiones.
El 27 de octubre se produce un motín en el presidio estatal y la fuga en masa de presos, lo que se vincula también con los nacionalistas. El 28 de octubre se producen en Ponce otros allanamientos y ocupación de armas, balas y bombas incendiarias; mientras el 29 de octubre en el Barrio Macaná de Peñuelas, se genera un enfrentamiento armado entre nacionalistas y la policía con un saldo de dos nacionalistas muertos y seis policías heridos. Fue a partir de estos eventos, que se desataría el 30 de octubre el proceso insurreccional nacionalista de 1950 en Jayuya.
De acuerdo con la escritora Miñi Seijo Bruno en su libro La insurrección nacionalista en Puerto Rico 1950 (1997), “desde el 27 de octubre hasta el 10 de noviembre de 1950”, 140 nacionalistas “tomaron parte activa en la insurrección de 1950”. Los comandantes y lugares donde se libraron los combates fueron Arecibo (Tomás López de Victoria), Jayuya (Carlos Irizarry), Mayagüez (Gil Ramos Cancel), Naranjito (José Antonio Negrón), Ponce (Melitón Muñiz), San Juan (Raymundo Díaz Pacheco), Utuado (Heriberto Castro) y en Washington, D. C. (Griselio Torresola Roura).
El número de participantes por pueblos se identifica por Seijo Bruno de la siguiente manera: Arecibo (18), Cabo Rojo (2), Jayuya (28), Mayagüez (27), Naranjito (9), Ponce (20), San Germán (2), San Juan (20), Utuado (12) Washington D. C.( 2).
El saldo de muertos y heridos en la insurrección fue el siguiente: 21 nacionalistas muertos, 8 policías y militares muertos y 47 heridos.
Con el propósito de captar la atención internacional de la comunidad mundial hacia el caso de Puerto Rico y con el propósito de evidenciar el hecho de que no se trataba de una lucha de puertorriqueños contra puertorriqueños, a la par que se desarrolló el levantamiento insurreccional de 1950 en Puerto Rico, el 1 de noviembre de 1950 un Comando Nacionalista integrado por Griselio Torresola Roura y Oscar Collazo atacó la Casa Blair, sede de la residencia temporal del entonces Presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman.
Con toda seguridad, quien mejor puede describir los sucesos acaecidos ese 1 de noviembre de 1950 en la Casa Blair, es quien sobrevivió la acción patriótica. Indica Oscar Collazo en su narrativa en el libro que escribiera, titulada su Edición del año 2000, Memorias de un patriota encarcelado, lo siguiente:
“Decidieron allí—sentados en un banco de un parque—dado a lo apremiante del tiempo, que atacando la Casa Blair la conmoción resultante, dado a que era ésta la residencia temporera del presidente, haría que se enfocara la atención mundial hacia el centro de poder del imperio.
De allí fueron a tomar una merienda ligera en un restorán vecino y esperaron la hora más adecuada para llevar a cabo la culminación de sus planes. No atacarían juntos. Uno caminaría hacia el objetico desde una dirección y el otro desde otra. El factor sorpresa era esencial. Llegado cada cual a su posición frente a cada una de las garitas que guardaban la entrada a la mansión, sacaron sus armas y abrieron fuego. El primero en caer herido fue el guardia Birdsell, quien había corrido hacia la entrada del edificio para evitar que los atacantes ganaran acceso al mismo. Al verlo caer, Oscar se desentendió de él en la creencia de que no presentaba peligro alguno pero Griselio lo vio tratando de sacar su arma y le disparó una vez más, neutralizándolo sin matarlo. Griselio hizo frente entonces al guardia Cofflet, que defendía la garita izquierda, le disparó y lo derribó. Creyendo que el hombre estaba muerto, le dio la espalda una vez más para seguirse batiendo con los miembros de la secreta que defendían la entrada del lado donde estaba Oscar. Ese fue su error fatal. El moribundo Cofflet estaba con vida aún y sacó fuerzas para erguirse una vez más por la portezuela de la garita. Con un certero disparo alcanzó a Griselio en la parte inferior posterior de la cabeza que le destrozó el cerebro.
Oscar descargó su primer peine de balas sobre dos agentes que impertérritos guardaban la entrada derecha parados frente a la garita sin lograr herirlos tan siquiera. Decididamente, no era tan experto en el tiro como su compañero. Para insertar un nuevo peine en su pistola se sentó tranquilamente en uno de los peldaños de la escalera, donde quedaba protegido por los pasamanos y balaustres de concreto armado. Terminada esa labor, se puso en pie nuevamente para seguir disparando, pero esta vez lo alcanzó una bala en pleno pecho y cayó inconsciente al piso…”
Oscar Collazo, como sabemos, fue condenado a muerte aunque su sentencia fue más adelante, respondiendo en gran medida al llamado internacional, conmutada por cadena perpetua. Estuvo en prisión hasta el 9 de septiembre de 1979 cuando fue indultado por el presidente de Estados Unidos James Carter, junto a los nacionalistas que participaron en el ataque el Congreso de Estados Unidos en 1954 que aún permanecían en prisiones federales. Recordemos que Andrés Figueroa Cordero ya había salido de prisión debido a su avanzada condición de cáncer.
Luego de los sucesos relacionados con la insurrección nacionalista de 1950, se desató una gran represión contra todo el movimiento independentista en Puerto Rico. La represión incluyó también independentistas no afiliados al Partido Nacionalista y a integrantes del Partido Comunista. Es importante consignar, sin embargo, que a pesar de su derrota militar en la gesta insurreccional de 1950, el nacionalismo no cesó en su propuesta de lucha libertaria. Por el contrario, se dedicó a preparar las condiciones para un nuevo enfrentamiento con el gobierno de Estados Unidos en Puerto Rico.
Contrario a algunas nociones históricas que han pretendido oscurecer el significado y alcance de dichos sucesos, la Insurrección Nacionalista de 1950, el Ataque a la Casa Blair el 1 de noviembre de 1950 y más adelante, el Ataque al Congreso el 1 de marzo de 1954, se inscriben hoy día dentro del contexto de un difícil y complejo proceso organizativo llevado a cabo por el Partido Nacionalista dirigido proclamar la independencia de Puerto Rico.
Ciertamente, la insurrección nacionalista de 1950 constituye un acto heroico llevado a cabo por personas, que si bien sabían las dificultades que había para lograr prevalecer en la lucha, estuvieron dispuestos y dispuestas a sacrificar sus vidas y su libertad para denunciar la condición colonial de Puerto Rico y reclamar el derecho de nuestro pueblo a la independencia.
La semilla, regada con la sangre de mártires y combatientes que con honor, dignidad, valor y sacrificio cumplieron con el llamado a las armas, es lo que nos ha permitido al día de hoy saborear y apreciar ese deseo de libertad y esa voluntad para alcanzar la misma. Es la semilla que hoy expresamos, reafirmamos y fructifica en cientos de luchadores desde todas las trincheras de lucha.
El concepto ético que el nacionalismo inculcó, ese sentido de cumplimiento del deber supremo con nuestro pueblo, la reafirmación de nuestra nacionalidad, la búsqueda incesante de nuestro propio espacio como nación latinoamericana y caribeña en un mundo cada vez más globalizado, y la solidaridad necesaria en la misma, constituyen valores sin los cuales seríamos poco más que una tribu o conglomerado amorfo de personas en búsqueda de una definición propia que nos oriente y nos guie.
Somos un pueblo que ha sabido aportar a la historia de los procesos políticos anticoloniales ejemplos que sirven de acimut a generaciones presentes y futuras. Nuestra única patria y nación es Puerto Rico.
Patria es, como indicara el Maestro Eugenio María de Hostos, “algo más que opresión, algo más que pedazos de terreno sin libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la fuerza. Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas.”
Puerto Rico, decía también Hostos, “no es un pedazo de Continente en donde radica la población del Norte”. Puerto Rico “es una isla que ni geográfica, ni étnica ni histórica, ni etimológicamente corresponde al sistema natural de la federación americana”. Tampoco es un conglomerado de ciudadanos estadounidenses viviendo en una isla caribeña, ni una minoría nacional dentro del estado político estadounidense, mucho menos, un conglomerado nacional dentro de la diversidad cultural de Estados Unidos.
La derrota militar de la insurrección nacionalista de 1950 no ha podido enterrar la vocación de lucha de los puertorriqueños(as) por su libre determinación e independencia. Por eso nos sentimos victoriosos, por eso creemos que la sangre de cada mártir alimenta la semilla de liberación en nuestro pueblo. Por eso, precisamente, la Insurrección Nacionalista de 1950 no es un capítulo cerrado, separado o superado por la historia.
Llegará el día en que, con la unidad de nuestro pueblo y por encima de diferencias que hoy nos separan, seamos capaces de construir una nueva realidad, aquella donde hagamos todos los días un 30 de octubre en todos los rincones patrios.






Comentarios