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Héroes, topos y villanos. Sobre el caso de Ana Belén Montes

Un examen que procura ser ecuánime y realista del caso de la analista de inteligencia militar del Pentágono acusada y condenada por entregar información a Cuba.

Diez días después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, el FBI arrestó a una mujer de 44 años vinculada a la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA por sus siglas en inglés).

Aseguraron que la detención no estaba relacionada con los ataques, pero “tuvo mucho que ver con la protección del país en un momento en que la seguridad nacional era de suma importancia”.

El pasado 7 de enero de 2023 esa mujer, Ana Belén Montes (Nuremberg, 28 de febrero de 1957), salió de la prisión de FMC Carswell de Fort Worth, Texas, después de cumplir 21 de sus 25 años de condena por “conspiración para entregar información de defensa nacional de EE. UU. a Cuba en violación del Título 18 del Código de los Estados Unidos, sección 794 (c)”, tal como reza la nota de su arresto.

La estadounidense de origen portorriqueño y hoy con 65 años de edad, era en el momento de su detención analista senior en la DIA, donde por diecisiete años había recabado información para los servicios de inteligencia cubanos.

Trabajaba en el Departamento de Justicia cuando agentes cubanos la reclutaron. Llegó a ser la principal analista dedicada a temas políticos y militares sobre la isla en la DIA. “La reina de Cuba”, la llamaban en el ambiente de la inteligencia estadounidense.

Después de casi veinte años de servicio encubierto, Belén Montes se declaró culpable y fue condenada. Su caso causó conmoción en los servicios de inteligencia de EE.UU., pues resultó ser la funcionaria estadounidense de más alto rango que ha servido a la inteligencia cubana.

Ane Belén Montes, a la derecha, recibe un premio de manos del entonces director de la CIA, George Tenet.

Ana Belén Montes nació en una base del ejército de Estados Unidos en Nuremberg (1957), hija mayor de los puertorriqueños de origen asturiano Emilia y Alberto Montes (médico militar). De regreso a los Estados Unidos, la familia se estableció en el estado de Kansas; antes de trasladarse a Iowa y luego a Towson (Baltimore).

Mientras cursaba una licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad de Virginia, en 1977 Ana Belén viajó por estudios a España. Allí conoció a un estudiante de izquierdas argentino, quien le habría “abierto los ojos” sobre el apoyo del Gobierno estadounidense a regímenes autoritarios, según contó en 2013 a The Washington Post Ana Colón, excompañera de estudios. Una vez graduada, Montes se mudó a Puerto Rico; pero no logró encontrar trabajo; de modo que no tardó en aceptar una oferta de empleo como mecanógrafa en el Departamento de Justicia, en Washington DC.

A sus 27 años, en 1984, había ganado una posición administrativa en el Departamento. Mientras trabajaba allí, cursaba de forma paralela una maestría en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins.

El Departamento de Justicia sostiene que es allí donde habría sido reclutada por la puertorriqueña Marta Rita Velázquez Hernández, quien se la habría presentado al Servicio de Inteligencia de Cuba ese mismo año, convencida de su potencial como informante.

Cuando en 1985 obtuvo un puesto de trabajo en la DIA, ya trabajaba para los servicios de inteligencia cubanos.

“El primer día que entró en la Agencia de Inteligencia de Defensa, ya Montes era una agente reclutada a tiempo completo por el Servicio de Inteligencia de Cuba. Cada día que iba a trabajar su objetivo era memorizar las tres cosas más importantes que ella pensaba que los cubanos necesitaban saber para protegerse de Estados Unidos”, dijo a BBC Peter Lapp, uno de los dos agentes del FBI encargados de la investigación contra Montes y que publicará este año La reina de Cuba, un libro sobre el caso y las entrevistas que le hizo a la agente para comprender el alcance de su colaboración con Cuba.

La analista procuraba no retirar material alguno de las instalaciones en que trabajaba. Memorizaba la información que consideraba de interés y la reproducía luego en una computadora personal en su casa, relató el FBI tras su detención.

Una vez escrita, transfería la información a discos floppy encriptados y esperaba instrucciones en código por radio de onda corta para reunirse con su superior y despachar la información.

“Simplemente iba a almorzar con ellos y les entregaba el disco floppy. Sin escondites secretos, sin brush passes [breves contactos físicos aparentemente casuales para intercambiar objetos], ni ninguna técnica sofisticada de espionaje, eran simplemente un hombre y una mujer hispana que mantenían un largo almuerzo en un restaurante chino una tarde de domingo”, explica Lapp.

En caso de urgencia, Montes podía hacer llamadas desde una cabina pública a bípers de sus contactos cubanos. Había un código para reportarse en peligro y otro para pedir un encuentro.

Aun cuando se trataba de un trabajo de altísimo riesgo y a tiempo completo, no recibió dinero a cambio. “De hecho, ella nos dijo que se habría sentido ofendida si los cubanos le hubieran dado dinero por espiar”, cuenta Lapp. Identificada y detenida, Ana Belén aseguró que su móvil había sido la necesidad de justicia; el intento de ayudar a los cubanos a protegerse de las políticas de EE. UU.

“La política de nuestro Gobierno hacia Cuba es cruel, injusta y profundamente inamistosa. Y me sentí moralmente obligada a ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos por imponer nuestros valores y nuestro sistema político”, declaró ante la justicia en octubre de 2002.

Ana Belén Montes. Gráfica: OnCuba.

Sospechas, investigación encubierta y arresto

En la DIA detectaron cuál era su posición hacia políticas de Estados Unidos frente a otros países y tuvieron cierta preocupación por su acceso a información altamente clasificada. Pero nadie tenía razones para pensar que estuviera filtrando secretos.

En 1996, un colega “intuyó” que Montes podría estar colaborando con la inteligencia cubana y lo denunció a un oficial de seguridad. En la entrevista que le hicieron, Montes negó cualquier acusación. Además, pasó la prueba del polígrafo. Un año después, el director de la CIA, George Tenet la premiaría con el Certificado de Distinción de Inteligencia Nacional, el tercer galardón más importante en el campo. No sería el único reconocimiento.

Entre 1985 y 2001, Montes fue ascendida varias veces, y recibió otros diez reconocimientos especiales por su trabajo. “Era una analista muy buena”, reconoce los investigadores a cargo de su caso.

La entrevista que le hicieron fue archivada hasta cuatro años después, cuando el colega que sospechaba supo que el FBI estaba buscando a un agente activo que desde Washington estaría proporcionando información al Gobierno cubano; y se puso en contacto.

Valiéndose de registros encubiertos, vigilancia física y electrónica, el FBI halló pruebas contra Ana Belén Montes. Los agentes retrasaron la detención para intentar llegar a su contacto cubano. Sin embargo, los atentados terroristas del 11 de septiembre aceleraron el proceso. El FBI y la DIA tomaron la decisión de detenerla.

Estaba a punto de ser promovida a un cargo en el Consejo de Inteligencia Nacional, ente que asesora al director de la CIA, aun cuando hacía casi un año venían realizándose investigaciones sobre ella.

Luego de su detención, Montes negoció con las autoridades estadounidenses un acuerdo en virtud del cual colaboraría con la investigación bajo condición de no recibir una sentencia de más de 25 años de prisión.

En la práctica, la colaboración supuso que la ex analista se sometiera a interrogatorios dos o tres veces por semana durante siete meses para poner a disposición del FBI los detalles que le fueran requeridos.

El 12 de diciembre de 2002, apenas algunas semanas después de que se conociera la sentencia de Montes, Fidel Castro respondió a la periodista estadounidense Andrea Mitchell una pregunta sobre ella:

“Una persona norteamericana noble y buena que está en contra de una injusticia, en contra de un bloqueo de más de 40 años, en contra de todos los actos terroristas que se cometieron contra Cuba, y es capaz de reaccionar de esta forma, es una persona excepcional (…) Es una persona que ante esa actitud y no por simple cuestión de gratitud, sino por un sentido de la justicia, merece respeto y admiración”.

Tras la liberación de los tres agentes cubanos, miembros de la Red Avispa, que continuaban encarcelados en Estados Unidos en 2014 y Montes quedó como la única agente al servicio de Cuba que seguía en prisión.

Hace unos años, en una carta a una familiar, escribió desde su encierro: “Hay ciertas cosas en la vida por las que merece la pena ir a la cárcel. O por las que merece la pena suicidarse después de hacerlas”.

Ana Belén Montes. Gráfica: OnCuba.

Prisión y enfermedad

Miriam Montes Mock, prima de Ana Belén, encabeza la Mesa de Trabajo por Ana Belén Montes, asociación creada en 2015 para hacer campaña por su liberación.

En diciembre de 2017 Montes Mock publicó un testimonio sobre la vida de su prima en prisión; en particular después de haber sido sometida a cirugía por un cáncer de mama:


Una noticia devastadora: cáncer del seno derecho. Una mastectomía. El trauma físico y emocional. La soledad. Las visitas al hospital, encadenada, adolorida. El descubrimiento de la solidaridad en sus compañeras de celda. La incertidumbre. Otra vez el dolor. La añoranza de su familia. Y recientemente, la noticia que le sacó lágrimas cada vez que advirtió, a través de la cadena CNN en español que transmite la prisión Carswell, el destrozo de Puerto Rico tras el paso del huracán María.

Así entiendo que fue el año 2017 para mi prima.

Se llama Ana Belén Montes. Es una prisionera puertorriqueña que extingue una condena de veinticinco años por obedecer su conciencia y solidarizarse con el pueblo cubano ante las políticas de agresión del gobierno estadounidense.

Este año, Ana Belén cumplió dieciséis años encarcelada.

Aún está sujeta a las medidas administrativas especiales, las cuales limitan su acceso al mundo fuera de la prisión. Lleva dieciséis años silenciada y aislada. Sólo se le permite comunicarse con un puñado de familiares y amigos que la hayan conocido antes de su arresto. Nadie puede citar las palabras que Ana ha hablado a partir de su encarcelamiento. Nadie puede hacerse eco de su dolor, ése que experimenta cualquier mujer ante la mutilación de su cuerpo y la incertidumbre de su futuro. Nadie. Sólo imaginarlo.

El cáncer es una enfermedad debilitante para todo ser humano, mucho más cuando se sufre dentro de una prisión. Me duele pensar que Ana enfrenta esa condición de salud sin el apoyo de sus seres queridos, sin la posibilidad de escoger un médico de su confianza, tratamientos alternos o paliativos, una dieta rica en vegetales y frutas frescas, o al menos alguien con quien desahogarse. Por el contrario, a Ana le ha tocado enfrentarse al cáncer en un ambiente de constante vigilia. En un lugar donde impera el ruido, la violencia, la hostilidad emocional…y la soledad. En medio de ese caos, Ana convaleció de su cirugía.

Los carceleros la llevaban de la prisión al hospital, encadenada de manos y pies, con una cadena gruesa amarrada a la cintura, de la cual cuelga un grillete pesado donde se unen las cadenas de la cintura con las de los pies. Y una herida en el pecho.

Durante este año tormentoso, Ana se dedicó a recuperar sus fuerzas.

Su meta a corto plazo: estar viva y libre de cáncer por los próximos cinco años. A pesar de las condiciones en las cuales vive.

Su meta a largo plazo: regresar a la libre comunidad, si no antes, al menos el primero de julio de 2023.

Ana es fuerte. Al menos, eso es lo que pienso. Durante casi cuatro meses estuvo imposibilitada de escribir cartas. Luego comenzó de a poco: media página, una página, dos… mientras soportaba la punzada que le provocaba un nervio pinchado en su brazo derecho. Le volvieron los dolores de espalda. Sus compañeras en la prisión la cuidaron. Fue, tal vez, un abrazo del cielo.

Reinició sus lecturas. «Conoció» a Pedro Albizu Campos y su sacrificio a favor de la independencia de Puerto Rico. Se acercó a las gestas nacionalistas puertorriqueñas. «Viajó por el mundo» con el Papa Francisco y se dejó impregnar de su espíritu compasivo. Sonrió al «escuchar» los diálogos entre el Dalai Lama y el Arzobispo Desmond Tutu. Se ha interesado en estudiar, con su usual minucia, la Carta Autonómica del 1897, el Tratado de París, y otros documentos que evidencian la trayectoria política de la Isla. Pero a Ana tampoco se le permite articular públicamente sus reflexiones sobre el trayecto político de Puerto Rico; ni sobre las corrientes ideológicas a nivel mundial; ni sobre filosofías o religiones.

La Mesa de Trabajo que encabeza Montes Mock declara que “Ana Belén fue condenada a 25 años de cárcel por un tribunal estadounidense por haber protegido los derechos del pueblo cubano ante la hostilidad, el terrorismo de estado y las agresiones de que era objeto por parte de las agencias de seguridad y las fuerzas castrenses de Estados Unidos”.

Ana Belén Montes. Gráfica: OnCuba.

Libertad

Ana Belén Montes voló a Puerto Rico después de su liberación. Allí llevará “una existencia tranquila y privada”, expresó en un comunicado a través de su abogada, Linda Backiel.

Deberá continuar bajo supervisión durante cinco años, incluido control de su uso de Internet. También tiene prohibido trabajar para el Gobierno o ponerse en contacto con agentes extranjeros sin permiso.

“Animo a los que desean enfocarse en mí a que, en cambio, se enfoquen en temas importantes, como los serios problemas que enfrenta el pueblo puertorriqueño o el embargo económico de Estados Unidos hacia Cuba”, dijo Montes.

“¿Quién en los últimos 60 años ha preguntado al pueblo cubano si ellos quieren que los Estados Unidos les imponga un embargo asfixiante que los hace sufrir? (…) Yo como persona soy irrelevante. No tengo importancia”, agregó.

Héroes, topos y villanos

Por Rafael Hernández

¿Cómo se compara el caso de Ana Belén Montes con la constelación de connotados agentes, espías, “topos” (moles), “denunciantes” (whistleblowers) que desde la Guerra fría hasta hoy han sido sacados a la luz pública y juzgados por violar la ley y exponer la seguridad de EE. UU.?

Examinar de manera ecuánime y realista un caso como el de esta analista de inteligencia militar del Pentágono, acusada y condenada por entregar información a Cuba, no es tarea fácil. De un lado, parte considerable de su historia, por razones de seguridad, permanece oculta. De otro, las principales versiones que circulan, los libros, entrevistas, crónicas acerca del caso, han sido obra de agentes que intervinieron directamente en la investigación, el interrogatorio, el arresto, y los cargos de la Fiscalía.

Ellos son los oficiales de la DIA y del FBI Scott Carmichael y Peter Lapp, y el interrogador, teniente coronel Chris Simmons, encargados de suministrar las principales evidencias en su contra. Al haber jugado un papel activo como “partes” en la acusación, su capacidad como jueces imparciales resulta, digamos, incierta.

Para abordar el asunto con un mínimo rigor que nos ayude a orientarnos en un terreno plagado de lagunas y versiones sesgadas, se requiere acudir a fuentes con experiencia profesional y nivel de análisis. He encontrado dos.

Los entrevistados

Uno es Fulton Armstrong, a quien conozco desde que ejercía como Consejero Económico y Político en la Sección de Intereses de EE. UU. en La Habana (1989-1991). Fulton fue Oficial Principal de Inteligencia Nacional (2000-2004); analista principal de la CIA sobre Cuba; director de Cuba en el Consejo de Seguridad Nacional; y asesor principal sobre América Latina en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Actualmente ejerce como profesor e investigador sobre la región en la American University, Washington D.C.

Fulton Amstrong y Jesús Arboleya. Gráfica: OnCuba.

El otro es Jesús Arboleya, a quien conocí cuando era Cónsul de Cuba en Washington, a fines de los años 70; y participante activo en el diálogo con representantes de la emigración entre 1978 y 1979. Su trabajo académico posterior, como investigador de las relaciones con EE. UU. y la historia de la Revolución, es conocido en diversas instituciones; en particular, sus libros sobre la contrarrevolución y el terrorismo de Estado contra Cuba, la emigración, y otros temas de seguridad nacional.

Antes de compartir mi conversación con ellos, haré un poco de historia, sin la cual es imposible entender casi nada; y menos las cuestiones en el corazón del tema, un asunto no meramente legal, judicial o técnico, sino muy político.

Denunciantes y espías

Dos años antes de finalizar la invasión de EE. UU. llamada guerra de Vietnam, un analista militar con acceso a información top secret entregó miles de documentos clasificados sobre el manejo de la guerra a varios grandes periódicos estadounidenses. A pesar de no dárselos secretamente a “una potencia extranjera”, los cargos contra él se basaron en la Ley de Espionaje de 1917, además de robo y conspiración. El fiscal pedía 115 años de cárcel.

Al tomar en cuenta la conducta engañosa del Gobierno puesta en evidencia por los papeles del Pentágono, tecnicismos legales sobre la recolección de evidencias, y en medio del escándalo Watergate, el juez lo absolvió. Desde entonces, Daniel Ellsberg ha recibido numerosos reconocimientos y condecoraciones. El Premio Olof Palme por “su profundo humanismo y coraje moral excepcional” es el último de ellos.

Chelsea Manning, militar analista de inteligencia, hizo algo similar al revelar miles de documentos sobre la invasión de Afganistá. Aun cuando los entregó a Wikileaks, y no a un servicio de inteligencia extranjero, también fue juzgado según la Ley de Espionaje, con cargos de “ayuda al enemigo”. Llegó a enfrentar la aplicación de la pena capital, cadena perpetua, y una condena final de 35 años.

La solidaridad con el caso Manning abarcó a la Unión Europea, la ONU, las agencias de derechos humanos, congresistas y líderes políticos de EE. UU. y otros países. Cuando la condena fue conmutada por el presidente Obama, había cumplido siete años.

Bradley Manning (hoy Chelsea Manning) y Edward Snowden. Gráfica: OnCuba

Trabajando para la CIA y la NSA, Edward Snowden sacó a la luz cientos de miles de documentos acerca de la vigilancia ilegal que ejercen estas agencias sobre ciudadanos de EE. UU. y del mundo entero. Así reveló cómo se usaban tecnologías secretas para violar la privacidad y la soberanía de otros países, incluso de líderes políticos aliados, en detrimento de sus derechos básicos.

Snowden no entregó los datos en exclusiva a la Inteligencia de Rusia, como hicieron famosos topos incrustados en la CIA o la Inteligencia Militar; aunque fue en Moscú donde se asiló y reside como ciudadano, invitado por Putin en persona. Entre sus cargos pendientes en tribunales de EE. UU. está el de espionaje.

El alcance de los secretos expuestos a la vista pública (también utilizables por los enemigos de EE. UU.), en estos y otros numerosos casos, dañaba seriamente intereses de seguridad nacional estadounidense en diversas áreas, según el Gobierno.

Había planes ultrasecretos, acciones militares en curso, propuestas de ataques nucleares contra otras potencias, masacres contra civiles en el teatro de la guerra, controles de ciberseguridad, revelados mediante decenas de miles de páginas facsimilares y videos, con toneladas de detalles operativos, nombres de cientos de oficiales, agentes, informantes, y cuanto Dios creó.

A pesar de esas violaciones flagrantes a la ley, de haber perjudicado gravemente “intereses de seguridad nacional de EE. UU.” en el contexto de la Guerra fría o de la guerra contra el terrorismo, de haber puesto a agentes y militares del país en situación de máxima vulnerabilidad, Snowden, Manning y Ellsberg son vistos por la mayoría como héroes en la causa de la libertad y contra la injusticia.

La lista de casos similares puede extenderse indefinidamente, incluidos quienes, por dinero, entregaron información top secret a la antigua URSS u otras “potencias extranjeras”. A pesar de la muy sensible información traficada por estos topos, en la mayoría de los casos las condenas no fueron tan altas como podría esperarse.

Marines con acceso a las claves secretas de portaviones nucleares de última generación, que recibieron condenas de 25 años, y cumplieron 15 (Michael Walker). Altos oficiales del Ejército con acceso a la Agencia de Inteligencia del Estado Mayor Conjunto que pasaron todo tipo de información sobre los sistemas de misiles nucleares y la defensa antiaérea de EE. UU., sancionados a 15 años (William Whalen). Oficiales de la CIA que le vendieron a la KGB información clasificada, incluida la identidad de más de treinta agentes dentro de la URSS, con penas de 18 años, conmutadas a 10 (David Barnett). Marines que, por dinero, suministraron información clasificada a la URSS, durante veinticinco años, con los nombres de agentes encubiertos de EE. UU., condenados a 30 años originalmente, y que cumplieron solo 9 (Clayton Lonetree). Etcétera.

La conversación

Lo que sigue son fragmentos de mi conversación con Fulton y Arboleya, que he tratado de articular en un texto coherente en el que sea posible aquilatar las visiones, a veces diferentes, de cada uno. A ambos agradezco mucho su acompañamiento en este “pasaje desde lo desconocido”.

Dice Fulton: “Algunas personas han empleado estrategias públicas para manejar esta historia en busca del máximo efecto y beneficio. Una motivación podría ser, por supuesto, obtener ganancia. Ese es el ‘modo americano’ de beneficiarse del servicio público. Otra motivación podría ser reducir la vergüenza que ambas agencias sienten por el alcance de su largo fracaso a la hora de detectar e identificar la penetración. Montes estuvo activa durante muchos años, y no tenían ni idea. Y cuando finalmente tuvieron una idea, fueron muy lentos y torpes en sus acciones. Ellos [los oficiales de la DIA y del FBI Scott Carmichael y Peter Lapp] se están aprovechando de que otras personas con conocimiento del caso han optado por permanecer en silencio —manteniendo su compromiso de preservar el secreto—, aunque jugaron papeles que eran, de alguna manera, más importantes que los suyos. Una última razón puede ser la satisfacción de ser vistos como héroes de la “comunidad” cubano-americana. Pero estoy especulando”.

Montes fue reclutada por la DGI cubana en 1984, cuando estudiaba en Johns Hopkins, en medio de la intervención de EE. UU. en las guerras centroamericanas. ¿Resultan sus ideas políticas un caso excepcional entre quienes se interesaban por los problemas latinoamericanos en aquellos años?

“La historia de Ana Belén —dice Arboleya— es la de las miles de personas que, por sus propias convicciones antiimperialistas y animados por el rechazo a la política norteamericana contra Cuba, han estado dispuestas a entregar sus vidas por la causa revolucionaria cubana. En este caso se da la particularidad de que la solidaridad se concreta en el campo de la inteligencia, pero Ana Belén podría haber actuado en cualquier otro escenario”.

Fulton apunta que “las políticas emprendidas por la Administración Reagan, inmediatamente después de la era de Carter, produjeron mucho rechazo entre observadores de América Latina en Washington. El apoyo de Estados Unidos a la Contra nicaragüense y los Gobiernos de El Salvador y Guatemala, soslayaba las implicaciones de derechos humanos y el debate polarizado subyacente. Los sentimientos de Montes no eran únicos; pero su intensidad aparentemente fue un factor en su vulnerabilidad al reclutamiento. Basándose en sus propias declaraciones, estaba claro que sus convicciones morales personales sobre la política de EE. UU. hacia Cuba, en particular, se convirtieron en el principal impulsor de su decisión. (Obviamente nunca discutí nada de esto con ella)”.

Según los oficiales de la DIA y el FBI que han construido la narrativa predominante sobre el caso de Ana Belén Montes, la información que ella le pasaba a Cuba era altamente peligrosa para la seguridad nacional de EE. UU. ¿Cuál era el riesgo militar que exponía a EE. UU. ante Cuba? ¿En qué medida las acciones de Montes se pueden caracterizar como traición al “interés nacional de EE. UU.”?

“Convertir el asunto en una cacería de brujas solo empeora las cosas —afirma Fulton—; uno o dos de esos individuos han difundido rumores despiadados sobre personas del Gobierno de Estados Unidos, de centros de análisis estadounidenses y de la ‘comunidad’ de Miami con cuyas opiniones no están de acuerdo. Además, los esfuerzos de la Administración Bush-Cheney por desacreditar el trabajo de la comunidad de inteligencia a raíz del affaire Montes fueron en extremo perjudiciales para la comunidad de inteligencia”.

Para Arboleya, “el concepto de seguridad nacional de Estados Unidos se ha construido sobre la base de un pretendido derecho a intervenir en los asuntos de otros países, y solo en este sentido la labor de Ana Belén puede ser entendida como un peligro para ese país, dado que ni siquiera sus acusadores pudieron demostrar que tuviera fines agresivos”.

Fulton añade: “Frases como ‘altamente peligroso’ son fáciles de usar cuando se habla de una penetración tan profunda, larga y fructífera como la de Montes, que tuvo acceso a un gran número de programas sensibles. La información pública disponible indica que puso en peligro operaciones de inteligencia, que las agencias involucradas seguramente pensaron que eran de interés nacional. Ellos casi seguro creían que estas eran objeto de una ‘decisión presidencial’, lo que significa que contaban con el apoyo —en principio, aunque no en detalle— al más alto nivel. Según lo que se refiere, comprometía la identidad de oficiales de inteligencia que operaban fuera de los Estados Unidos, algo que ningún Gobierno ni ninguna agencia vería con buenos ojos”.

“Las acciones de Montes fueron un delito grave y causaron un gran daño. Evaluar el verdadero daño a la seguridad nacional de EE. UU. requeriría una revisión completa de la política estadounidense durante esos años, incluyendo revisar si gran parte de las actividades de la ‘guerra de espionaje’ que ella comprometió fueron impulsadas por factores políticos, o por rencores de agencias que habían sido avergonzadas por Cuba (digamos, por revelaciones como en ‘La guerra de la CIA contra Cuba’ en la década de 1980), o por el impulso creado inicialmente por la ‘Crisis de los misiles en Cuba’, o por el conocimiento concreto de una amenaza activa por parte de Cuba”.

“Curiosamente, una ‘evaluación de amenaza’ acerca de Cuba preparada por la comunidad de inteligencia para el Congreso en 1998, atribuida incorrectamente a Montes (quien hizo un borrador que fue totalmente reescrito, y cuya nueva versión fue aprobada por las quince agencias de la comunidad), decía que Cuba era una ‘amenaza convencional insignificante’ para Estados Unidos”.

Dado que esas mismas fuentes argumentan que Cuba estaba vendiéndoles a otros Gobiernos —como Rusia, Irak, China, Afganistán— la información que Ana Belén le pasaba, pregunto yo: ¿Existe evidencia de que fuera así? ¿O de que Cuba entregara esa información a países u organizaciones que pudieran usarla en planes de agresión contra EE. UU.?

“No lo sé —responde Fulton—, pero la evidencia circunstancial, basada en la solidaridad cubana con esos países y prácticas pasadas, sugeriría que compartir era probable”.

Arboleya discrepa: “El cuento de que Cuba andaba por el mundo vendiendo la información obtenida por ella, es un invento mediático que carece de toda prueba y no se sostiene a partir de la propia lógica de este tipo de actividades”.

Según los oficiales a cargo del caso, cuando ellos tuvieron indicios de que había un “topo” en el Pentágono, fueron atando cabos minuciosa y brillantemente hasta descubrirlo. En esa versión que reproducen los medios a gran escala, en particular la televisión de Miami, se invisibiliza al “topo” dentro de la inteligencia de Cuba, Rolando Sarraff Trujillo, el mismo al que se le atribuye haber proporcionado las claves secretas que condujeron a la identificación de la Red Avispa, y que sería liberado en virtud de un proceso negociador de intercambio de presos que abriría el diálogo político Estados Unidos-Cuba cuyo desenlace sería el 17D.

¿Hasta qué punto el auge de la guerra contra el terrorismo a raíz del 9/11 contaminó la virulencia de los cargos contra Ana Belén, y determinó su condena? ¿En qué medida las fuentes interesadas en seguir presentando a Montes como “la espía más peligrosa de la historia” están sirviendo a quienes se oponen hoy al mejoramiento de relaciones?

“Como el lenguaje importa —apunta Arboleya—, se utiliza el término ‘espía’ para tratar de descalificar moralmente su compromiso y la envergadura de su sacrificio; pero la historia está repleta de espías buenos, héroes de sus países. Todo radica en la causa que se defienda y los motivos que inspiran el riesgo. Esta distinción es la clave para comprender la actitud de Ana Belén y mostrar admiración por su entereza. No deja de llamar la atención que lo que más molesta a Marco Rubio es que haya actuado sin ningún interés económico. Según él, ha estado motivada por un supuesto odio hacia Estados Unidos. El amor por Cuba es una motivación que está lejos de la capacidad de comprensión del senador norteamericano”.

Concluye Fulton: “No puedo comentar sobre el papel de Sarraff, el compromiso de la Red Avispa o de cualquier otra persona en lo que atañe a este asunto. No puedo evaluar cuánto lo adornaron, si es que lo hicieron, los investigadores de EE. UU. involucrados, para comercializar mejor sus libros e intereses. Pero creo que los procedimientos judiciales que condujeron al encarcelamiento de Montes fueron limpios y no estuvieron influidos por las ambiciones de los investigadores. Al final, ella admitió sus delitos y aceptó la responsabilidad por ellos”.

“No me sentiría cómodo especulando sobre las intenciones políticas de quienes hablan de las implicaciones de la liberación del ‘espía más peligroso de la historia’. No creo que oculten sus opiniones políticas; solo hablan por sí mismos. Con independencia de sus intenciones, es justo decir que parte de su retórica, como los años de acusaciones sobre los llamados ‘ataques sónicos’ contra el personal estadounidense en La Habana, tiene el efecto de retrasar el retorno al proceso de normalización entre Estados Unidos y Cuba iniciado por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro”.

Posdata con ciertas obviedades

Los topos que han trabajado para EE. UU. o Reino Unido desde su posición en la Inteligencia del “enemigo” son caracterizados típicamente como gente “decepcionada con el comunismo”, que ha sufrido una especie de anagnórisis al descubrir un día que la verdad y la justicia están del lado de Occidente.

Así pintan a Oleg Penkovsky, que identificó y puso en peligro mortal a cientos de agentes que suministraban inteligencia a la URSS; y a un alto oficial de la KGB, doble agente al servicio de la inteligencia británica, nombrado Oleg Gordievski. El Mi6 lo ayudó a escapar de la URSS, donde estaba bajo custodia, al estilo de los personajes literarios de Ian Fleming y John Le Carré. Son héroes, merecedores de altas condecoraciones.

Mi segundo comentario es que, salvo al hacer uso de fuentes públicas o accesibles, sin violar lo establecido, la inteligencia se basa en información de inside. Su valor es directamente proporcional al grado de penetración en los aparatos guardianes de los secretos mayores y más compartimentados, típicamente, los de seguridad. En todos los casos, los topos obviamente están violando la ley, rompiendo sus juramentos de lealtad, exponiendo a los agentes que operan en el otro campo a un peligro mortal y corriendo peligro mortal ellos mismos. Así es, desde los tiempos de las guerras médicas y de Sun Tzu.

La diferencia entre ellos no radica ahí, sino en el plano de las motivaciones. ¿Por qué lo hacen? ¿Por fidelidad a un compromiso superior ligado a convicciones políticas o morales, a principios libremente escogidos, a lealtades profundas? ¿Por dinero u otras conveniencias personales? ¿Por miedo, sometidos a chantaje o atrapados psicológicamente en una situación personal, familiar, sentimental?

A diferencia de los soldados desplegados en un campo de batalla, estos otros operan en un campo virtual, pero detrás de las líneas del enemigo. Están sirviendo una causa, con la que se identifican por alguna de las razones expuestas. Es lo que les da sentido.

Ponerse del lado de EE. UU. o del lado de Cuba en el conflicto puede ser una simple preferencia personal. Pero analizar el conflicto al margen de la asimetría que lo marca es como cerrar los ojos.

Cuba tiene menos opciones, por decirlo de alguna manera, para averiguar las amenazas e intenciones de su gran vecino. No dispone de aviones U2 o SR71, que puedan recoger inteligencia en los límites de su espacio aéreo, y mucho menos satélites con capacidad para retratar los más mínimos y ocultos movimientos de las fuerzas del otro. Lo único con que puede contar, y ha contado desde 1959, es con la penetración de sus agentes.

Aunque no sabemos hasta qué punto la información entregada a Cuba por Ana Belén Montes exponía la defensa de EE. UU., el hecho cierto, según recuerda Fulton Armstrong, es que las 15 agencias de la comunidad de inteligencia habían evaluado, desde 1998, que Cuba no era una amenaza para Estados Unidos.

No existe una percepción recíproca del lado cubano. Aunque el corto período de la normalización suavizó el tono de las relaciones, el clima se deterioró en menos de seis meses después de que Obama dejara la Casa Blanca, al punto de regresar a la retórica amenazante de la Guerra fría.

Dados los riesgos, las prioridades y cautelas de una actividad como esta, no sería lógico que Ana Belén suministrara inteligencia sobre medios y planes de contingencia ajenos a la seguridad nacional cubana. En todo caso, mucho mayor habría sido el daño potencial para la seguridad de EE. UU. si en vez de dársela a Cuba, en breves informes resumidos de documentos y reuniones, memorizados por ella, hubiera filtrado miles de páginas y videos con información secreta o comprometedora a los medios o a Wikileaks, como hicieron Ellsberg, Manning y Snowden.

¿Dónde radica la diferencia entre su caso y estos otros, alabados y premiados por medios e instituciones prestigiosas? La respuesta corta es que se trata de Cuba, que no es “una potencia extranjera” como Rusia y China, pero sí “de la misma raza”, más bien “maléfica”.

Para dar una respuesta larga, habría que responder otras preguntas. Por ejemplo, si Ana Belén le hubiera entregado información al Mossad de Israel, a la Naichó de Japón, o al CNI de México, ¿la burocracia de la DIA habría reclamado pena de muerte o cadena perpetua contra ella, como querían durante el proceso? ¿Habría recibido, finalmente, una condena de 25 años de cárcel, incomunicada en una prisión de alta seguridad, donde no podía ver TV, leer periódicos, conversar con otros presos, ni recibir visitas? ¿No se trata de una venganza contra Cuba y su Inteligencia, de parte de quienes están resentidos por haber tantas veces fracasado en detectarla? ¿De aquellos que siguen pintando la isla como una amenaza a la seguridad nacional de EE. UU., que debe permanecer en la lista de países terroristas?

Naturalmente, son solo preguntas.

 
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