Este 14 de septiembre se cumplen 180 años del natalicio de una extraordinaria mujer, nombrada oficialmente como Dolores Rodríguez de Astudillo y Ponce de León, pero que trascendió en el tiempo y por su obra como Lola Rodríguez de Tió y, aunque boricua de nacimiento, vivió gran parte de su vida en La Habana, donde descansan sus restos.
Poeta, periodista y revolucionaria, ella es reconocida entre las principales figuras de la literatura y la vida política puertorriqueñas, siendo su mayor desvelo la independencia de su querida isla, que hermanó con la nuestra, al dejar para la posteridad, bajo circunstancias muy especiales que: ¨Cuba y Puerto Rico son/ de un pájaro las dos alas:/ reciben flores y balas/ sobre un mismo corazón¨. Natural del puertorriqueño municipio de San Germán, Lola comenzó tempranamente a escribir versos, que publicó en diferentes medios de prensa e incluso, es la autora de la marcha patriótica La Borinqueña, cuyos versos fueron entonados durante el Grito de Lares, en 1868 y es considerado himno nacional de Puerto Rico.
Sus padres, Lic. Sebastián Rodríguez de Astudillo, fundador del Colegio de Abogados de Puerto Rico y Doña Carmen Ponce de León, marcaron la personalidad y prominencia de la joven Lola Rodríguez, quien adquiriera como segundo apellido, de Tió, al contraer nupcias, a los 22 años de edad, con su coterráneo, el periodista, Bonocio Tió Segarra.
Ambos fueron reprimidos por sus ideas independentistas, publicaciones, que incluyeron versos patrióticos, y las relaciones de ella con Ramón Emeterio Betances. Situación que se agravó tras el fracasado Grito de Lares, cuyo Himno, compuesto por ella, fue considerado como una pieza subversiva.
Lola fue la primera puertorriqueña que habló en público, al ser invitada, en 1873, a una audiencia, que aprovechó para exigir reformas, separar el poder militar del civil, eliminar la censura y que la prensa tuviera absoluta libertad, así como el derecho de las mujeres a la educación y que los ciudadanos pudieran elegir a sus gobernadores.
Por su intransigencia anticolonialista, que compartía con su esposo, ambos fueron desterrados a Venezuela y después, en 1988, a La Habana, hasta 1895, cuando, debido a presiones del gobierno español, por la Guerra Necesaria organizada por José Martí, tuvieron que salir del país, estableciéndose en Nueva York, donde se involucró en movimientos por la independencia de Cuba y Puerto Rico, siendo nombrada Presidenta de Honor del Club patriótico Juan Rius Rivera y secretaria del Club Caridad (1895-1898), dedicado a socorrer a los insurrectos, para lo cual organizó, además, un capítulo de la Cruz Roja.
Al final de la guerra, de cuya victoria contra el colonialismo se apoderó el ejército estadounidense, regresó a La Habana (1899), donde fue nombrada inspectora de Escuelas Públicas. En 1910, cinco años después del fallecimiento de su esposo, la declaran miembro de la Academia de Artes y Letras de Cuba; al año siguiente es Socia bienhechora de la Sociedad de Beneficiencia de Naturales de Galicia, en La Habana.
Finalmente realiza una visita a su amada isla de Puerto Rico, donde fue recibida con admiración y júbilo popular, regresando nuevamente a La Habana, ciudad que consideró suya hasta su fallecimiento, el 10 de noviembre de 1924, a los 81 años de edad y como resultado de ese amor y apego, sus restos reposan en la necrópolis de Colón de la capital cubana.
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