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Jorge Farinacci García – Abogado


Por Juan Ramón Acevedo

Enero 2007


Recordar y honrar la memoria de Fari requiere reconocer sus múltiples facetas, líder estudiantil, sindicalista, dirigente político y revolucionario, abogado. Tuve la suerte de compartir con Fari en todas esas fases de su vida. Sin embargo, quiero dedicarle estas palabras a sus ejecutorias como abogado donde compartimos por largo tiempo y muy de cerca.

Se graduado de Derecho con excelentes notas. Fari comenzó como árbitro en el Departamento del Trabajo. No compartimos mucho en la Facultad de Derecho porque aunque teníamos la misma edad Fari era un adelantado. Yo estudié con su hermano Roberto --que en paz descanse– con quien también me ligó una estrecha amistad. Nuestra labor cercana en la profesión comenzó en el Bufete Sindical allá para fines de la década de los 1970.

Fari tenía todas las dotes y cualidades para haber sido un conocido jurista, un intelectual del derecho (tenía una memoria increíble, la única persona que conocí que no necesitaba una libreta para anotar los teléfonos de sus amistades y conocidos, los sabía de memoria). Pero Farinacci decidió no dedicar su vida a la mera práctica del derecho, al jurista académico o al servicio de los que pueden pagar bien a las mentes legales superiores. Jorge fue siempre un abogado dedicado a su pueblo, en especial, a su pueblo trabajador. Muchas veces en la profesión legal se le da el título de jurista a aquél que se dedica a la enseñanza, que escribe libros, tratados o que sobresale en la judicatura. Fari ejerció la profesión en la acción diaria a favor de los trabajadores y lo que escribió esta en las páginas de la historia de las luchas sindicales y por la independencia y el socialismo. Como abogado sindicalista no creo haber conocido mejor negociador de convenios colectivos. Negocio múltiples convenios, muchos de ellos sumamente complejos, durante sus más de treinta años en la práctica legal. Tenía además una capacidad inmensa para analizar la estrategia correcta a seguir en la litigación de un caso. Durante los años que trabajamos juntos en el Bufete Sindical para mí era indispensable en casos difíciles y complejos contar con el análisis de Jorge. Su capacidad para ir a la enjundia del caso y trazar la ruta para lograr defender efectivamente a los trabajadores era esencial. De todos modos, era la misma capacidad que le permitía actuar como el importante dirigente político y revolucionario.

Hay que recordar que en aquellos tiempos del Bufete Sindical, al igual que hoy

la lucha en el plano legal por defender los intereses y los derechos de los trabajadores no es fácil. El abogado comprometido con el pueblo trabajador se enfrenta a grandes bufetes con recursos ilimitados pagados por patronos que no escatiman gastos en su esfuerzo por evitar, reducir y destruir las conquistas de los trabajadores y a un sistema administrativo y judicial hostil a los derechos y necesidades del pueblo trabajador y de sus sindicatos. Bajo esas condiciones tan difíciles y a veces peligrosas sería imposible en esta corta semblanza enumerar todos los logros y reivindicaciones de trabajadores y sindicatos por los cuales Farinacci fue responsable como abogado. Les aseguro que fueron muchos.

Muchos trabajadores, y me imagino que muchos de ustedes, deben haber tenido alguna experiencia con Jorge en sus funciones como abogado, negociando, en vistas de arbitraje o en el Tribunal. Yo tuve la experiencia de ver una cara adicional de Jorge Farinacci que pocos conocen y quiero hoy compartir. Solo una anécdota, de varias que conozco sobre Fari es suficiente.

Para fines de la década de los ‘70, posterior a las elecciones del 1978 y por las divisiones que se habían dado en el movimiento patriótico, el Bufete Sindical lo

componíamos Pepo Carrera, Jorge Farinacci y yo. Eran momentos difíciles, mucho trabajo y escasos ingresos. Por necesidad tuvimos que dedicarnos a ver casos privados para poder subsistir y continuar representando trabajadores. Pueden imaginarse el poco tiempo que teníamos para cumplir con todos nuestros compromisos. El tiempo era nuestro peor enemigo. Una tarde recuerdo llegar a la oficina, allá en la Mayagüez 212 y la compañera secretaria me dice que hay una persona que quiere entrevistarse. El Bufete Sindical desde sus inicios atendió no solamente sindicatos, trabajadores, si no todo aquel puertorriqueño, en su inmensa mayoría indigentes, que había escuchado de nosotros y acudía a buscar asesoramiento legal. En parte éramos como una pequeña oficina de servicios legales sin fondos federales, sin fondos de clase alguna. La compañera secretaria me informó que en la recepción se encontraba la persona que quería hacer la consulta. Pude ver a este señor mayor, casi anciano, sentado. Tenía en su falda una bolsa grande de papel estraza, de aquellas que usaban antes en los supermercados, llena de papeles viejos. Me di cuenta enseguida que era uno de esos casos imposibles y ante el deseo de no perder tiempo me rehusé atender aquel pobre viejo. Éste sin embargo tuvo la dicha que en esos momento llegó Fari, quien con mucho gusto y sonriente lo hizo pasar a su oficina a escucharle sobre aquel caso ya perdido, prescrito y proscrito hacía muchos años por el Sistema Judicial.

Siempre he tenido orgullo personal de mis destrezas técnicas como abogado. He recibido elogios y reconocimiento por ellas. Mis destrezas como buen mecánico legal me hicieron ver inmediatamente que el caso del anciano dentro de aquella vieja bolsa era uno imposible Pero Fari era un mejor abogado. Jorge entendió al instante que a aquel viejo ciudadano le quedaba un derecho más, el que probablemente ningún tribunal, agencia o abogado le había dado antes; el derecho a que se le escuchara.

Por varios meses vi como este señor acudía a las oficinas del Bufete Sindical a reunirse con Fari por cita previa. Jorge se sentaba en su escritorio, lo escuchaba, examinaba aquellos viejos papeles estrujados y amarillentos que explicaban su caso. Con mucha paciencia le dedicaba un rato de su tiempo, le hablaba y le daba otra cita para el mes próximo. La mezcla de vergüenza y curiosidad me movía a observar aquellas sesiones entre Fari y el anciano. Nunca supe de qué se trataba el caso. Por más que le pregunté a Jorge jamás me quiso hablar del asunto. Sólo puedo dar testimonio de las muchas horas que Fari le dedicó a escucharlo y de la paz y felicidad del anciano cuando salía de nuestras oficinas. Nunca cobró un centavo, no sé qué pensaba aquel viejo de Fari. Para mí fue una gran lección de cómo debe ser un abogado comprometido con su pueblo con valentía y humildad.

Luego de los arrestos del 30 de agosto de 1985 y a petición de Farinacci y otros acusados pasé a coordinar la defensa de los compañeros en el caso en Hartford. Durante esos tres años y diez meses que dediqué a ese caso mi encomienda no la hubiese logrado sin el apoyo de tantos compañeros y compañeras que estuvieron a mi lado. La participación de Jorge no fue solamente como acusado. Jorge fue uno de los abogados más importante para al discutir, analizar y formular las estrategias legales para encontrar una salida airosa a tan difícil situación. Doy fe de que no hubo una sola decisión legal de importancia que se haya tomado durante esos años en la cual Jorge no participara. Y doy fe que siempre se preocupó en primera instancia por el caso y la situación legal de sus compañeros co-acusados ante que de su propio caso.

Hoy al recordar las ejecutorias de Fari como dirigente político y revolucionario recordemos también su gran ejemplo como abogado comprometido con su pueblo.


Que su ejemplo sirva para est@s jóvenes que hoy asumen la siempre difícil tarea de dedicar su talento legal a las justas causas del pueblo trabajador.



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