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El extrañísimo daño de Ana Belén Montes a los Estados Unidos

“Intervención militar en Cuba”. El reclamo se ha escuchado de manera insistente en los últimos años en el Sur del estado norteamericano de la Florida.

Cualquier cosa puede ser aprovechada para ello: la llegada masiva de inmigrantes, unos “ataques sónicos” que hasta la CIA niega ahora que hayan ocurrido, el desarrollo biotecnológico o informático de la isla, una protesta callejera, la respuesta a una violación del espacio aéreo cubano, la colaboración cubana con Venezuela… Lo cierto es que la idea de la intervención militar para resolver lo que algunos llaman allí “el problema cubano” no deja de circular en las redes digitales, los medios de comunicación y las mentes de personas con capacidad de proyección pública en aquel país.

Los militares estadounidenses, con tan buenos resultados recientes en lugares como Libia, Afganistán e Irak, parecen no compartir el mismo entusiasmo. Mark Esper, ex Secretario de Defensa de Estados Unidos durante el gobierno de Donald Trump, reveló en su libro A Sacred Oath: Memoirs of a Defense Secretary in Extraordinary Times cómo con el apoyo del general Mark Milley, Jefe del Estado Mayor Conjunto, logró “aplastar” “cosas realmente malas, cosas peligrosas que podrían haber llevado al país por una dirección oscura” en relación con Cuba y Venezuela, como un bloqueo naval total y una intervención militar.

Siempre hay gente dispuesta a hacer que otros mueran por su cuestionable gloria. Cuenta Esper que uno de ellos era el Presidente Trump. Ante esa posibilidad, que únicamente espera tener un pretexto creíble para convertir La Habana o Caracas en blanco de misiles norteamericanos, el discurso dominante dicta que quienes habitan ambas ciudades solamente deben confiar en el buen estado mental de personas como Esper, y rezar porque sean capaces de disuadir a sus superiores. Si alguno de esos países intenta adquirir armamento, o al menos modernizarlo, como sucedió con unos aviones Mig 29 que Cuba enviaba para reparar en otro país, la misma prensa que convenció al mundo de los ataques sónicos en La Habana y las armas de destrucción masiva en Irak pondrá el grito en el cielo mientras normaliza los presupuestos militares de cientos de miles de millones de dólares del gendarme mundial.

Ante esa prensa, Cuba, país que lleva más de sesenta años en el colimador de los cohetes y bombarderos estadounidenses, no solo no tiene derecho a poseer armamento defensivo para que el costo de una intervención disuada a su probable agresor, sino que tampoco puede tratar de informarse sobre las “cosas realmente malas, cosas peligrosas” -Esper dixit– que contra ella se puedan urdir por los pacíficos dirigentes de los Estados Unidos que, dicho sea de paso, nunca han agredido a nadie.

Leer los titulares de la gran prensa internacional a raíz de la excarcelación, tras cumplir veinte años en prisión, de la puertorriqueña Ana Belén Montes, es una escuela de hipocresía. A Belén Montes se le acusó de conspiración para cometer espionaje a favor de Cuba desde su puesto de analista de la Agencia de Inteligencia para la Defensa de los Estados Unidos y fue condenada a 25 años de cárcel, cinco de los cuales cumplirá ahora en “libertad supervisada”, con el acceso a Internet restringido y la prohibición de trabajar para gobiernos y contactar agentes extranjeros sin permiso. Sin embargo, los titulares de esa prensa insisten en el “daño” que pudo haber hecho esta mujer a los Estados Unidos.

La tarea de Belén Montes en el Pentágono era la información sobre Cuba, el único “daño” que pudo haber hecho está restringido a alertar a un pequeño país, dañado sin tregua y sin piedad por el gobierno de Estados Unidos, sobre lo que su victimario pretende contra él en el nada dañino plano militar. Pero un ex oficial del FBI implicado en el caso y una ex congresista estadounidense que incitó públicamente al asesinato de Fidel Castro bastan para fungir como tribunal mediático y sumar palabras a su condena judicial.

El cine de Hollywood está lleno de historias en que personas muy agradables y atractivas, casi siempre agentes de la CIA, brindan información al gobierno de Estados Unidos sobre las intenciones de sus adversarios y son tratados como héroes. También de otras en que esos buenazos del FBI, continuadores del no menos bueno John Edgar Hoover, persiguen y capturan a quien intente hacer lo mismo acerca de lo que Washington se propone en su benevolente y solidario desempeño hacia la humanidad. Pero los presupuestos mutimillonarios, las decenas de miles de empleados, y el uso intensivo de tecnologías de todo tipo, desde satélites hasta las puertas traseras en redes digitales y sistemas operativos de dispositivos electrónicos personales, superan cualquier ficción. Edgar Snowden mostró que no solo los adversarios les interesan, también quieren saberlo todo sobre sus aliados.

Pagan bien los dueños del mundo a informantes, tecnólogos y profesionales de todas las ramas del saber para que no se les escape un detalle de su interés, aunque el 99% de los espiados nunca hayan tenido la menor idea de hacer algo contra los Estados Unidos. Si los candidatos a ser intervenidos militarmente encuentran a alguien que, sin cobrar un centavo, entre en las entrañas del monstruo y no mire los planes contra ellos con ojos de victimario, sino de humanidad, entonces no basta la condena judicial, hay que linchar comunicacionalmente el mal ejemplo de esta mujer que tuvo el valor de decir ante quienes la condenaron:

“Considero que la política de nuestro gobierno hacia Cuba es cruel e injusta, profundamente inamistosa. Me consideré moralmente obligada a ayudar a la Isla a defenderse de nuestros esfuerzos de imponer en ella nuestros valores y nuestro sistema político. Nosotros hemos hecho gala de intolerancia y desprecio hacia Cuba (…). Nosotros nunca hemos respetado el derecho de Cuba a definir su propio destino, sus propios ideales de igualdad y justicia (…). Hice lo que consideré más adecuado para contrarrestar una gran injusticia”.

Lo cierto es que militares y ciudadanos estadounidenses, si estuvieran bien informados, lejos de condenarla, deberían agradecer a esta mujer que contribuyó a evitar una guerra de Estados Unidos contra Cuba. Viendo cómo salió EE.UU. de Vietnam, Irak o Afganistán… ¿le habrá hecho daño a ese país, o lo ayudó?

 
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